Briseida y Criseida:Biografía e Importancia en la Iliada

     
BRISEIDA Y CRISEIDA

     Entre el número de prisioneros que se hicieron en una escaramuza por las tropas helénicas, se encontraban dos bellas doncellas, Criseida, hija de Crises, sacerdote de Apolo, y Briseida. Los prisioneros fueron, como era usual, asignados a varios jefes, y Agamenón recibió a la hija del sacerdote como recompensa por su valentía, mientras Aquiles condujo triunfante a su tienda a la igualmente bella Briseida.


     Cuando Crises oyó que su hija había caído en manos enemigas, se acercó hasta la tienda de Agamenón para ofrecer un generoso rescate por su recuperación; los ruegos del anciano padre fueron desatendidos, siendo rechazado con muchas burlas inhumanas. Exasperado ante este cruel trato, alzó sus manos al cielo e imploró a Apolo que vengara los insultos de los que había sido objeto, mandándoles a los griegos todo tipo de desgracias. Esta oración fue respondida tan pronto como fue escuchada, pues el dios Sol envió una terrible plaga para que diezmara las tropas enemigas.


"El anciano hombre se retiró indignado;
y Apolo - pues el sacerdote le era muy querido -
le concedió su deseo, enviándole a los griegos
una flecha mortal. La gente del campamento
comenzó a perecer por montones".

Homero.


     Los griegos, aterrorizados, consultaron con el oráculo, para conocer la razón por la que esta calamidad se había cernido sobre ellos, y el modo por el que pudieran para el progreso de la mortal enfermedad que estaba reduciendo tan rápidamente sus fuerzas. Se les reveló que la plaga no cesaría hasta que Agamenón cediera a su prisionera, apaciguando así la cólera de Apolo, el cual se había enfurecido por su grosera negativa a acceder a las peticiones del anciano sacerdote.

     Todos los jefes griegos, reunidos en asamblea, decidieron enviar a Aquiles para que informara a Agamenón de su deseo de que liberara a Criseida, un deseo que consintió inmediatamente conceder, si se le entregaba a Briseida a cambio.

     La plaga estaba flagelando todo el campamento con gran furia, los gritos de los enfermos llenaban el aire, muchos habían sucumbido ya ante el azote y todos estaban amenazados por una muerte ignominiosa. Aquiles, consciente de ello y ansioso por salvar a sus amados compañeros, consintió acceder a su excesiva demanda; sin embargo, juró al mismo tiempo que si Agamenón se llevaba realmente a su prisionera, él no volvería a asestar otro golpe.



     Criseida fue inmediatamente confiada al cuidado de su anciano padre. Dispuesto a perdonarlo todo, ahora que su hija le había sido devuelta, Crises rogó a Apolo que refrenara su mano, tras lo cual la plaga cesó instantáneamente.

     Mientras, Agamenón envió a sus esclavos a la tienda de Aquiles para que trajeran a Briseida, y el héroe, fiel a su promesa, apartó su armadura a un lado, determinado a no volver a luchar.


"El gran Aquiles, veloz de pies, permaneció
dentro de su barco, indignado con motivo
de la bella Briseida".

Homero.


     Tetis, habiendo oído el injustificado insulto del que su hijo había sido motivo, dejó sus cuevas de coral, ascendió hasta el Olimpo, se arrojó a los pies de Zeus y con lágrimas en los ojos rogó trémulamente que se le permitiera vengar a su hijo y hacer que los griegos fracasaran en sus intentos mientras la cólera de su hijo permaneciera sin aplacar.

     Zeus, conmovido por su belleza y aflicción, frunció el ceño hasta que el mismo firmamento se agitó, y juró hacer que los griegos se arrepintieran del día que habían dejado sus costas nativas:


"Para darle a Aquiles honor, y para causar que
Miríadas de griegos perezcan ante su flota".

Homero.


     Como consecuencia de un falso sueño que Zeus envió a propósito para engañarle, Agamenón volvió a congregar sus tropas para proponer un nuevo ataque violento sobre las murallas troyanas. Pero cuando el ejército fue formado en orden de batalla, Héctor, el hijo mayor de Príamo, y por tanto líder de su armada, dio un paso al frente, proponiendo que la prolongada lucha fuera zanjada definitivamente por un solo combate entre Paris y Menelao.


"Héctor avanzó al frente y dijo:
oíd, troyanos y nobles
acayos, a lo que Paris me comunicó.
Él ordena que griegos y troyanos
arrojen sus brillantes armas a tierra,
para que él y Menelao, amado de Ares,
puedan luchar en un solo combate, en el suelo
entre los ejércitos, por Helena y sus riquezas;
y aquel que se alce victorioso, probando
ser el mejor guerrero, a su casa se llevará
el tesoro y la dama, mientras que los demás
dispondrán de un solemne convenio de paz".

Homero.


     La propuesta fue recibida favorablemente, y Menelao y Paris se vieron pronto enzarzados en un duelo, que fue presenciado por ambos ejércitos, por Helena y Príamo desde las murallas de Troya, y por los dioses inmortales desde las arboladas alturas del monte Ida; en la mitad de la lucha, Afrodita, viendo que su favorito estaba a punto de sucumbir, lo sacó súbitamente fuera del campo de batalla y lo llevó sin ser visto hasta su cámara, donde se unió a Helena, la cual le reprochó amargamente su cobarde huida.


     Indignados por esta interferencia por parte de Afrodita, los dioses decretaron que la guerra debía ser reanudada; Atenea, asumiendo la forma de un guerrero troyano, apuntó una flecha hacia Menelao, el cual estaba buscando en vano a su desaparecido oponente. Este acto de traición fue la señal para una llamada general a las armas y una reanudación de las hostilidades. Incontables actos de valor fueron mostrados por los héroes de ambos ejércitos, y también por los dioses, que se mezclaron entre sus filas, llegando incluso a luchar entre ellos, hasta que fueron destituidos por Zeus, el cual les prohibió seguir luchando.

     Durante un corto período de tiempo la fortuna pareció favorecer a los griegos; Héctor, corriendo hasta Troya, le rogó a su madre que fuera al templo con el resto de las mujeres para obtener el favor de Atenea con sus oraciones y ofrendas. Entonces se dirigió apresuradamente hasta su esposa Andrómaca y su pequeño hijo Astianacte, al que deseaba abrazar una última vez, antes de regresar a la batalla y a una posible muerte.




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